Nuestro siguiente rodaje se
desarrolla en Suecia, en la ciudad de Västerås, donde reside Adriano Grueso con
su familia. Así que volamos hasta Estocolmo, vía Muchic, coincidiendo con la primera
nevada del año.
Nuestra llegada al país no pudo ser
más triunfal. Aterrizamos ya anochecido, lo cual no es difícil en una época en
la que apenas disfrutan 6 horas de luz al día. Alquilamos un coche en el
aeropuerto con intención de llegar a nuestro destino con tiempo suficiente para
la primera grabación: una reunión del club de ajedrez donde cada jueves acuden
Adriano y su hijo Santiago (dos veces campeón infantil de Suecia). El vehículo
era la megaestrella de la empresa, un Toyota Prius híbrido y superautomático.
Sacarlo del garaje requirió un esfuerzo inaudito de comprensión mecánica e
idiomática que me sumió a mí, como conductor, en una depresión por
incompetencia rayana en la auto-inmolación. A trancas y barrancas, con tirones
y extraños ruidos de freno y motor, conseguí sacarlo y enfilarlo finalmente por
la autopista, con la recalcitrante mirada condescendiente del empleado de la
agencia clavada en mi cogote y, aunque nada había entendido de sus comentarios
en sueco, seguro estaba que eran recuerdos a mi madre y referencias a mi
inutilidad congénita como conductor del sur de Europa.
Un kilómetro escaso después el coche
quedo clavado en la cuneta a la espera de que ese mismo empleado acudiese a
rescatarnos y ¡oh, sorpresa! pese a sus dudas el problema era el coche y no la
inoperancia del conductor “¡por primera vez en 16 años había fallado un coche
en su agencia!”. A pesar de estar tan lejos de nuestro destino, tirados de
noche en una autopista nevada y con un montón de gente esperando a que llegásemos
para la grabación, sentí un enorme alivio al quitarme de encima la carga de
inútil.
Viajar a Suecia recién llegados de
Perú no es solamente cambiar de país, ni siquiera de continente, que
físicamente es lo que hicimos, si no casi cambiar de galaxia, en algún momento
del vuelo entramos en un pliegue del espacio-tiempo y llegamos a una realidad
diferente.
Encontramos un país muy organizado,
respetuoso con el medio ambiente, donde las construcciones se integran con el
paisaje y no al revés, un sitio donde prevalece la libertad individual, donde
el estado protege al ciudadano y lo incentiva para desarrollarse, donde los
niños tienen una educación de muchísima calidad y gratuita, donde las ayudas
sociales son amplias y suficientes... ¡Igualito que es España, por ejemplo! Un
país donde, por otra parte, la gente no grita en los bares, donde los
conductores nunca tocan el claxon ¡nunca!, donde no te juegas la vida cruzando
los pasos de peatones...
Por otro lado, la frialdad de sus
ciudadanos está en consonancia con la climatológica y ha propiciado esa fama
que en España se resume en la frase “hacerse el sueco” y que favorece una
convivencia respetuosa pero rígida.
Gracias a lo primero e intentando
sortear lo segundo la familia de Adriano se ha instalado aquí y nos ha
propiciado la visita. Y esto resulta curioso, ya que en la primera escritura
del guión lo situaba en Cali, su pueblo natal.
Pero, ¿qué hacía nuestro colombiano
tan lejos de cualquiera de sus hogares? Liliana, su mujer, y él son nacidos en
Cali y sus dos hijos en España, así que qué hacen ahora residiendo en uno de
los sitios más gélidos del planea, prácticamente vecinos de Papá Noel.
Cuando pensé en Adriano como uno de
los protagonistas de esta película lo busque primero en Madrid, ya que cuando
le conocí en el año 2005 es allí donde residía y prosperaba. Yo ya sospechaba
que había tenido problemas derivados de la crisis, así que no me sorprendió no
encontrarle y le busque en su Colombia natal. Pero la búsqueda resultó
infructuosa. Inés Guerrero, productora de los castings previos del film en 2006
y que ha vuelto a su Cali natal, no consiguió noticias de Adriano por esas
tierras, así que intensifiqué la búsqueda vía Google (¿qué hacíamos antes de
que existiese Internet?) y pude localizar una pequeña una pista a través de un
torneo regional de ajedrez en Västerås, Santiago Grueso, el hijo menor de
Adriano, había ganado un torneo infantil. ¡Bingo!
Adriano y su mujer, lúcidos y
valientes, quieren las mejores oportunidades para sus hijos y Suecia se las
ofrece. Ulises donde los haya, emprendedores en el sentido más completo
del término, ni el idioma, ni el clima y ni la fuerte “personalidad” de los
suecos se les puso por delante y aquí están, haciendo ya juegos de palabras en
tres idiomas, plenamente instalados y disfrutando de las ventajas del país todo
lo que les permiten los sacrificios que han de hacer.
Västerås es una pequeña ciudad de
algo más de cien mil habitantes, situada junto a un precioso lago que está la
mitad del año congelado, con una urbanización pensada para el ciudadano,
integrada en la naturaleza que le rodea y absolutamente plagada de bicicletas. Allí
rodamos los siguientes días, profundizando en la realidad sueca a la vez que
conocíamos más de cerca la vida y circunstancias de la familia Grueso, lidiando
con las bajas temperaturas, los horarios endiablados y la noche agazapada a las
3'30 de la tarde. Aunque todo resultó mucho más fácil, desde luego, gracias al
exquisito mimo con el que nos cuidaron los Grueso, que ejercieron de protagonistas,
cicerones y hasta service de producción.
Fernando Fernández, director de
fotografía y sonido, Sara Centeno como ayudante y yo mismo, dejamos Suecia con
la sensación del descubrimiento y el ánimo de seguir indagando en una realidad
hasta ahora desconocida. Quizá algún festival nos traiga de nuevo a estas
tierras con nuestro documental bajo el brazo.